domingo, 26 de agosto de 2012

Amelia Biagioni



    Poema de Junio


Yo tenía una vez el aire, su impaciencia
glorios, sus palomas. Mío todo el país
se silbos y tormentas. Ahora que he perdido
la tierra, la certeza de que el mundo era un nido,
aquí estoy, arañando, con dolor de raíz,
cuatro muros y un cielo de cal e indiferencia.

Si me prestaran una lejanía, una rada
de luz, una ventana en flor, su levedad,
en un remoto piso, donde, el olvido empieza
y a ser celeste el tiempo, oh ,i lenta y espesa
mirada, volarías por toda la ciudad...
Qué alivio, si tu hondura doliera derramada.

Pero aquí te consumes, en un cuarto de hotel,
abierto hacia un gusano de sombra, hacia mis huesos,
y hacia quienes dejaron su rastro aquí. ¡Infinito
es el viento, besado: la luz, un ancho grito;
sabedlo largos ciegos, mis dos sombríos presos:
esqueleto sin cielo, insomne sangre cruel!



    La alfombra


Mientras el conductor de la luz y la sombra
dictaba con cifrada melopea el diseño,
un tejedor –no sé si era traidor o el dueño
de la trama- me ató de perfil en la sombra.

Nudos. Arriba, manos sincrónicas viajaron
en la urdimbre, extendiendo el jardín fabulosos,
su desorden simétrico, su gigante reposo.
Nadie me vio. Y el mundo. con dos nudos cerraron.

Hierba púrpura, límites de obedientes colores,
repetidos follajes, idénticas serpientes,
odio disciplinado de zarpas, cuernos, dientes,
y yo, apócrifa, impar, condenada entre flores.

Después, la pesadumbre humana, vertical,
su horizontalidad desde el ocio a la muerte
rodando, el leve roce del dado de la suerte,
todo pesé, con juicio de la balanza final.

Vi al tapiz en su boca feroz cuando bebió
el coágulo  del crimen, vi el sabor tenebroso.
Vi el instante, la ola del nudo voluptuoso
que en el celestinazgo de la felpa se ató.

Vi al lúcido, venido desde el aro de mimbre
con cielo, a un crecimiento con el hambre del fruto
guardado entre los números del jardín absoluto.
Lo vi jadear, perderse, tragado por la urdimbre.

En mi ojo seco caen gotas de ojo doliente
y de vino, en mi ojo que nunca el sueño cierra.
Con manos sucias de oro se reparten la tierra
sobre mí: las monedas me desgastan la frente.

Mientras vienen y van la comedia y el drama,
yo cómplice sin culpa, yo sin nadie y sin ruidos,
comienzo a sospechar que yacen escondidos
otros perfiles solos para siempre en la trama.

No puedo más. Vislumbro la mutabilidad
del verídico espacio que las nubes conducen;
las vorágines sueltas del aire me seducen
y la duda, que mecen el error, la verdad.

Quiero integrar la ronda, el zigzag, el clamor,
antes de que me nieguen la furia y la dulzura,
salir de esta perfecta, inmutable espesura,
entre las mariposas del inseguro amor.

El corazón tal vez inicie el movimiento
si alguien, en el estruendo de esta orquesta sin voz,
me oye, me ve y me arranca del laberinto atroz,
antes de que me hundan pos desear el viento.

Cambiaré por un poco de trance con violín
el silencio bifronte, el orden inhumano.
Ah, sentir que una mano profunda alza mi mano,
dar un salto, burlar la trampa del jardín...

¿Cuánto hará que así duro, de soslayo, mitad
de mi alma, apresada, secreta? Paso a paso
mi única mejilla se apaga; pero acaso
al dorso de los nudos fulgure sin edad.



    Manifiesto



Yo me resisto,
en la calle de los ahorcados,
a acatar la orden
de ser tibia y cautelosa,
de asirme a la seguridad,
de acomodarme en la costumbre;
de usar reloj y placidez,
aventura a cuerda,
palabra pálida y mortal
y ojos con límites.

Yo me resisto,
entre las muelas del fracaso,
a cumplir la ley de cansarme,
de resignarme,
de sentarme en lo fofo del mundo
mortecina de una espada lánguida,
esperando el marasmo.

Yo me resisto,
acosada por silbatos atroces,
a la fatalidad
de encerrarme y perder la llave
o de arrojarme al pozo.

Con toda la médula
levanto, llevo, soy el miedo enorme,
y avanzo,
sin causa,
cantando entre ausentes.



    Me distraje un instante


Todo,
lo que está y sucede,
era un túnel
quieto,
y en él, sola
yo corría, corría.
Sin querer, sin etapas,
adiós, adiós,
aunque a veces un ojo débil, fiel,
ciérrate,
se me atrasaba,
apúrate,
llorando sobre un día.
Sin poder asirme
a un pájaro, una mano, un grito,
adiós, adiós,
arrancarme
del amor sucesivo,
partir partiéndome,
dejar atrás,
pasar por todo,
honda, ligera, rota,
viva,
irme siempre
para ser nostalgia.

Pero un instante me distraje
sin tomar precauciones,
un instante
en que alguien vino de mi espalda
y cambió todo.

Fija, vaciada, ausente,
un agujero soy
por dónde pasa el mundo,
veloz, sin detenerse,
agitando sombreros,
se escurre en mi vacío,
como huye.
Oh puerta, piel, árbol jadeantes,
¡paren, basta!
Suplico sin lengua,
me interpongo sin cuerpo.
Es inútil,
adiós, adiós.
Y todo lo que pasa
y se aleja cantando
con feroz alegría,
no vuelve, no recuerda.
“Concéntricos”


Ardiendo frío circula en su curva idea
sin pausa el cazador plural
el invisible
-a quien tu nuca en todo sitio ve-
condenado a la esperanza y al éxtasis
de matar.

Lleva en el ojo un cazador que acecha
y este en el ojo un cazador que acecha
y este en el ojo un cazador que acecha
y así hasta las tinieblas.

Piensa sin tregua el ejemplar
su forma peso andanza olor sonido
lo piensa hermoso impar imposible
infinito
         -en su ciervo todos los ciervos
         todos los tigres en su tigre-
lo piensa hasta sentirlo mente afuera
hasta verlo entrar en su mira

No se prodiga no se agita.
Elabora la oblicua táctica
se ensaya ojo tras ojo,
y en el instante
en que su geometría dice ¡Ya!
desde el ojo más hondo
                   ese que no termina
                   ese que nunca duerme
                   ese que ronda inmóvil
desenfunda sus concéntricos cazadores
los despliega
consuman
los pliega
se los hunde.
Y en la continua curva idea
el acecho se inicia.