Era la tarde y la hora
Esteban
Echeverría
a la hora
de palabras patéticas
me tiento
de risa; es nervioso, es nervioso
dice la
madre
y yo le
creo.
La
desesperación, el
desespero,
él es un
desesperado: -Ay, es cierto
y me
tiento:
son
palabras patéticas.
“La falta
de mística”, es fatal que
“todo sea
cultura”, las aceitunas
vos y yo:
es patético,
el sonido,
¡quién
tuviera un oboe!
Arder, “vas
a arder”:
es cierto.
Era la hora
en que mi vida sexual se pagó
¿por qué
no?
consecuencias
lúgubres.
Las palabras
huelgan:
¿Qué
voy a hacer ahora?
Y a la hora
de hechos patéticos,
a la hora
de una falta de hechos
no puedo
reír
no me
acurruco, no me cubro
ni siquiera
muero:
escucho el
viento
y aplasto
terribles,
tiernas
mariposas que
(hablo de
palabras vagas, cuasipatéticas)
seducen el
aire
a respirar
es cierto,
preciso el aire.
Vuelan
coloridas
y duran,
-ay de mí, ¿es que la rima es débil, así
de
mortecina?-
una noche
de gusanos, las palabras vagas,
y solamente
un día.
El árbol
De haber
nacido
en otra
generación
sería una
apasionada.
“De no ser
por el deseo –dijo el joven amante-
me quedaría
aquí, mirando largamente
ese árbol”.
Yo aprobaba
con la
cabeza y le pedí
que se
fuera. A otro
le pedí que
se quedara
pero es de
mi generación, nos aburrimos
no supimos
reírnos
ni de
nosotros mismo. Ah, la pasión,
cosa de
críos o
de viejos.
Contra la gangrena
Tensa como
un pavo real a punto de
abrir la
cola magnífica
con ese
gesto altanero, su plumaje, quitó
con un
peine fino
los pocos
piojos que tenía en
el pubis,
colocó chinches estratégicas
en alguna
fotos de mala superchería, alquiló
un mantón
enorme y negro con flecos hasta el piso
y se puso a
responder el epistolario:
“Víctima de
mi suicidio
salí a
respirar aire puro”, escribió, “e
ilusa,
hasta habían chupado el agua
en el lago
del parque”. La brutalidad del texto
era
parecida a la tensión: a qué se debían
esas ganas
de reírse del mundo;
no lo
sabía.
No, todavía
no.
Así que
devolvió aquel mantón dramático
y pasó la
lengua
sensualmente
por el borde
gomoso de
la correspondencia,
quiso
probar
sin sensatez
no oprobio
ni oquedad
eso que la
gente hace,
así de
sencillo,
cuando no
ha muerto.
El único conservador
Sólo en la
tumba
una está a
sus anchas, dijo
la muerta.
Allí el
cuerpo retoza
y el alma
pide a gritos silencio.
Sólo en la
tumba
una se
desplaza y siente
por primera
vez
la frescura
del barro, la
ilusión
de que el
único conservado
puede ser
el olvido.
Tatuaje
II
Versión de Irezumi *
Quizá sea
esa mujer
recostada sobre un adolescente
que sufre
por mí:
voy a
casarme,
la tinta,
la aguja
y el plumín
están
listos
a un
costado, y el viejo maestro
quiso
tatuarme así
porque el
método es
seguro.
El
adolescente tiene
los ojos
acuosos, apenas me muevo
o salto por
el dolor que
inflinge el
canuto de ganso en mi espalda,
como una
uña, como incienso
encendido
él me mira
y me toca
suavemente los codos.
Si quisiera
salir de mi posición
el tatuaje
demoraría
y con eso
el casamiento: no debo
el futuro
esposo
desea ver
la espalda desnuda
con
dragones dispuestos a lo largo
y flores de
cereza, de lis, de manzana
y que mi
perfume
se parezca
al dibujo.
Quizá sea
esa mujer
recostada
sobre el adolescente.
El ardor no
se soporta
y aquí
abajo se trata
de una piel
demasiado
tersa que
me ayuda a
olvidar esta pluma quemada, persistente,
como pico
de pájaro
lengua
o punta
lógica,
líquida
sobre la
espalda
no, aunque
esté ya casi terminado
no voy a
casarme
esperaré al
aprendiz
del viejo
posiblemente
yo sea
lo que
imagino.
*Este film describe el tatuaje de una mujer a
punto de casarse. Siguiendo esta antigua costumbre japonesa el artesano, como
método personal, decide colocar debajo de ella a un muchacho, aprendiz del
oficio, a efectos de terciar con el sufrimiento.