domingo, 26 de agosto de 2012

Francisco Urondo





   Gaviotas


Estas pequeñas aves marinas, se reúnen a veces en las playas, en no muy grandes cantidades, a descansar quizás. Permanecen paradas sobre sus finas y ágiles patas dando cara al mar, mirándolo fijamente como viejos marineros que añoran, desde el sosiego de los malecones, quién sabe qué puertos. De pronto, pareciera que algo las inquieta y, como buscando salvación, vuelan desesperadamente hacia su verde magnitud.

Pese a estar siempre en grupos, permanecen ocluídas en su soledad pues, al menos aparentemente, ignoran la presencia de sus compañeras y, es así, como tan sólo cambian algunas pocas palabras entre ellas. Todo hace suponer, que existe una sola verdad y una sola preocupación en su mundo.

Remontan, de tanto en tanto, pequeños vuelos sobre el grupo para luego posarse nuevamente y terminar así con lo que esto tuvo de desconcertante, siempre con la mirada detenida en su sentido magnífico. A veces vuelan en dirección contraria, pero estos vuelos son intrascendentes. De inmediato todas, a pasos cortos y donosos, se acercan hasta la proximidad mayor que las olas les permiten, cerciorándose de que el mar no las ha abandonado aún.

Cuando divisan o presienten –pues aún no se ve- algún barco en el horizonte, se lanzan en un vuelo irreductible.

Indudablemente, la costa, es circunstancial para ellas.



     Romana puttana


Una media de seda ha caído sobre el mar. Una multitud clamará por el regreso del caudillo y yo miraré tristemente sus carne rosadas y nuevas: ha nacido en mí la gorda literatura.

Afuera el viento agita árboles y caderas. Son los arcos del amor, la leyenda; el aire y la tierra de los hombres.

La italiana sonríe suavemente. Su ternura es grande como los pájaros, honda su violencia.

La habitación se ha llenado de olores concretos.



   Cora


tu fragilidad a la que simone martín
hubiese dado el golpe de gracia
tu temor ácido a los hoteles
a los huecos del porvenir

tus presentimientos de abandonada
tu deseo sometiendo los médanos
la soledad
las osamentas

y ese algo que inexperta
no podías controlar ni contradecir
eso que estaba más allá del ensueño
del jerez constelado

más allá de la ingenuidad y del recelo
del filo de los pícaros
de la espuma de los inocentes

eso parecido a la aventura
que se escabullía en la penumbra
de tus grandes zaguanes
aquello que incendiabas para permanecer

los últimos navíos
lo que indagaba la pampa sin decir nada
aquello que te deja con cierta tibieza mexicana en el corazón

sonriendo pálidamente al fuego que nada devolverá
que se quedará con todo




   Del otro lado



Cuando estuvimos desesperados, alguien
contó la historia.

No se la puede escuchar serenamente, tiemblan
las manos, el corazón se encoge de dolor;
da un poco de miedo mirar a la gente, detenerse.

Ocurre lo de siempre.

Estábamos perdido y la historia era confusa. También
aquella vez (siempre aquella vez) apagaron
las luces y fue necesaria la presencia de tu mano.

Nos apretamos las manos que aún no se había manifestado, que nunca
llegaría a marcarnos como sospechábamos, sino
de otra manera. Nuestras manos
procuraban ordenar el temblor, dominar el doloroso pánico;
y todo porque Humphrey Bogart había resucitado.

Estábamos perdido en aquel
cine y él no era como el redentor;  su cruz
no era un mandato, era
la inteligencia del hombre, era la resurrección
de la ciencia y de nuestros rostros despavoridos.

Hace mucho que nos pasó esto; la mano
fría del cadáver impenitente
rozaba los sueños,
acariciaba nuestros tiernos rostros  despavoridos.

Desde aquella vez no sabemos qué hacer con las historias
con los muertos que no aceptan su desdichada condición, no
sabemos qué hacer con el miedo; no sabemos
encontrar nuestras manos, nuestra
tristeza. El mundo inconsistente.

Hubo muchas anécdotas como ésta ¿Quién
no tiene cosas horribles que contar? ¿Quién no tiene
su historia? Pero nadie supo qué decir, nadie supo
qué hacer, cuando alguien contó la historia.

Seguramente al escucharla buscarás una mano; será
como antes, pero enseguida
intentarás olvidar que estuvimos tristes o asustados.

Tampoco sabrás qué decir cuando se haga tarde; lo de siempre:
tendrás ganas de llorar, y nada más.

Nadie esperaba una historia como ésta, tan lamentable ¿Por qué
no llorar entonces? ¿Por qué no perderse en la espesura de la sala?

Se derramará sobre tu memoria,
como el alcohol que se vuelca entre los nervios y la madrugada;
la historia sobrevolará tu linda cabecita,
será un cuervo que sacudirá tus entrañas corrompidas,
que despeinará cariñosamente tu pelo.





     Felipe Vallese

para Alejo

Escuché que unos chicos preguntaron: “quién parará la lluvia”; otras
personas estaban escuchando la misma pregunta y, a su vez , comenzaron
a formularla: el dependiente, el despachante de bebidas
de importación; hasta pulperos y uruguayitas y otros
hermanos continentales abandonaban la vieja y estúpida
rivalidad, despejando las nubes de misterio
y confusión sobre la tierra, para preguntar precisamente: “who’all
stop the rain”. Guardianes del orden se aventuraron
en la desesperación para preguntarse también “quién parará
la lluvia” y la pregunta rodó de mano en mano, hasta llegar a los oídos
acolchonados de torturadores, especialistas de toda calaña que nunca
pudieron zambullirse en la gloria del sol: “Quién parará
la lluvia”, decían
unos y otros y los tontos y los pillos trataban de conjurar
el clamor, los nuevos aires que se desataban de conjurar
el clamor, los nuevos aires que se desataban con las lluvias, el amor
que arranca con las tormentas: “quién parará la lluvia”, decían los enfermos,
los desamparados, los derrotados y los satisfechos que dejaron de serlo
inmediatamente después de preguntar “quién parará la lluvia”. De inmediato
los éxitos se derrumbaron como peste triunfales, el New Deal se enredó
en sus cadenas doradas, el doctor Frondizi no se dio cuenta. Los muertos
se plegaron al desafío: asesinado llegaron
a levantar la cabeza lacerada y miraron de frente,
requiriendo: “quién parará la lluvia”. Y la pregunta se generalizó
como los temporales, empujó
los cielos y abrió las luces del espacio.