jueves, 30 de agosto de 2012

Daniel García Helder



        Un narcótico


        Junto al cielo gris,
árboles pelados en la parda chatura, una fauna
recluída, el viento que hostiga puertas y ventanas
huyendo encauzado por Avd. del Huerto,
y todavía más: la escarcha
sobre el pasto reseca,
turbias olas del río contaminado
volcando un poco de espuma
en la explanada...
Ninguna ambición, ni memoria de una ambición
despiertan esas ramas desguarecidas
cuando la niebla se aparta del suelo, fantasmal,
y aparece el sol estéril.
Para lo que vive de la tierra
-y para la propia tierra- el frío es un narcótico.



       Perdidos


         En el Citroën,
donde el camino hace una curva,
las mujeres quedaron con las niñas
mientras buscamos algo:
una señal, un perro,
alguien que nos lleve hasta la casa
rodeada de eucaliptos.
Y todo lo que vemos son cañas
en campo sin estrellas.
A pie, solos, perdidos y a esta hora
en la noche no guía
el faro de Guereño.




        Plagas de la huerta


         En la noche de verano
los focos de luz atraen a las mariposas.
Las mujeres que recogen ramas y paja
separando las briznas verdes
de las que están secas,
que recogen papeles, huesos de animales
y levantan con todo una pira
a la que prenden fuego,
suponen que un pálido resplandor
girando en el descampado
las sacará de la huerta y exterminará.
Y en cierto sentido no se engañan;
sólo que las mariposas
van a revolotear en torno al fuego
hasta caer, o cansadas o abrasadas,
cuando ya han desovado.



      La isla de enfrente


         Los árboles de La Invernada
-que hubieron perdido sus hojas
torcidas por marzo, en abril,
antes de que el viento tumbara
las frutas con gusanos, podridas,
y que ahora, pasados los días
de las grandes heladas ,
reciben la luz del amanecer-
se parecen –con sus ramas en punta,
las raíces saliendo de la tierra-
a esos hombres sin porvenir
que miran de otro modo el cielo.







      Los gemelos


Mi verdadera cara
ya ha sido afeitada
antes de despertar.

Pero esta mañana de primavera
mientras la hoja de afeitar repasa,
como cada mañana, la máscara
del drama privado que recomienza,
minuciosos derrames se diluyen
-descubro- en las órbitas blancas,
raíces de un mal que crece hacia adentro.

¿Pero qué, no vi una rama en sueños
sacudirse la resaca de encima
y con el primer hálito tibio
reverdecer? ¿No significa nada?
Bajo el hilo de la canilla,
copos de crema salpicada de pelos
pesadamente se escurren por el desagüe,
y al rociar con agua de colonia
las mejillas recién afeitadas
siento un suave, sueva ardor;
como el que deben sentir las lamas
en el Purgatorio.