domingo, 26 de agosto de 2012

Héctor Viel Temperley





“Hospital Británico
Mes de Marzo de 1986”
 (Versión con esquirlas y “Christus Pantokrator”)




Pabellón Rosetto, larga esquina de verano, armadura de mariposas: Mi madre vino al
         cielo a visitarme.

Tengo la cabeza vendad. Permanezco en el pecho de la Luz horas y horas. Soy feliz. Me
         han sacado del mundo.

Mi madre es la risa, la libertad, el verano.

A veinte cuadras de aquí yace muriéndose.

Aquí besa mi paz, va a su hijo cambiado, se prepara  -en Tu llanto- para comenzar por
         todo de nuevo.


Hospital Británico


La muchacha regresa con rostro de roedor, desfigurada por no querer saber lo que es ser joven

Pabellón Rosetto

Soñé que no hundíamos y que después nadábamos hacia la costa lentamente y que de nuestras sombras de color verde claro huían los tiburones. (1978)

Pabellón Rosetto

Si me enseñaras qué es el verde claro... (1978)

Pabellón Rosetto

Es difícil llegar a la capilla: se puede orar entre las cañas en el viento debajo de la cama. (1984)



  Christus Pantokrator


La postal tiene una leyenda: “Christus Pantrokator, siglo XIII”.

A los pies de la pared desnuda, la postal es un Christus Pantokratpr en la mitad de un espigón larguísimo. (1985)

Christus Pantokrator

Entre Mis ojos y los ojos de Christus Pantokrator nunca hay piso. Siempre hay dos alpargatas descosidas, blancas, en un día de viento.

Con la postal en el zócalo, con Christus Pantokrator en el espigón larguísimo, mi oscuridad no tiene hambre de gaviotas. (1985)



Christus Pantokrator

La postal viene de marinero, de pugilistas viejos en ese bar estracho que parece un submarino –de maderas y latas- hundiéndose en el sol de la ribera.

La postal viene de un Christus Pantokrator que cuando bajo las persianas, apago la luz y cierro los ojos, me pide que filme Su Silencio dentro de una botella varada en un banco infinito. (1985)

Christus Pantokrator

Delante de la postal estoy como una pala que cava en el sol, en el Rostro y en los ojos de Christus Pantokrator. (1985)

Sé que sólo en los ojos de Christus Pantokrator puedo cavar en la transpiración de todos mis veranos hasta llegar desde el esternón, desde el mediodía, a eses faro cubierto por alas de naranjos que quiero para el niño casi mudo que llevé sobre el alma muchos meses. (Mes de Abril de 1986)



      Larga esquina de verano


Alguien me odió ante el sol al que mi madre me arrojó. Necesito estar a oscuras, necesito regresar al hombre. No quiero que me toque la muchacha, ni el rufián, ni el ojo del poder, ni la ciencia del mundo. No quiero ser tocado por los sueños.

El enano que es mi ángel de la guarda sube bamboleándose los pocos peldaños de madera ametrallados por los soles; y sobre el pasamano de coronas de espinas, la piedra de su anillo es un cruzado que trepa somnoliento una colina: burdeles vacíos y pequeños pero cerrados –y más arriba ojos de catacumbas, lejanas miradas de catacumbas tras oscuras pestañas a flor de tierra.

Un tiburón se pudre a veinte metros. Un tiburón pequeño –una bala con tajos, un acordeón abierto- se pudre y me acompaña. Un tiburón –un críquet en silencio en el suelo de tierra, junto a un tambor de agua, en una gomería a muchos metros de la ruta- se pudre a veinte metros del sol en mi cabeza: El sol como las puertas, con dos hombres blanquísimos, de un colegio militar en un desierto; un colegio militar que no es más que un desierto en un lugar adentro de esta playa de la huye el futuro. (1984)


          Larga esquina de verano

¿Nunca morirá la sensación de que el demonio puede servirse de los cielos, y de las nubes y las aves, para observarme las entrañas?

Amigos muertos que caminan en las tardes grises hacia frontones de pelota solitarios: El rufián que me mira se sonríe como si yo pudiera desearla todavía.

Se nubla y se desnubla. Me hundo en mi carne: me hundo en la iglesia de desagüe a cielo abierto en la que creo. Espero la resurrección –espero su estallido contra mis enemigos- en este cuerpo, en este día en esta playa. Nada puede impedir que en su Pierna me azoten como cota de malla- sin ninguna Historia ardan en mí- las cabezas de fósforos de todo el Tiempo.

Tengo las toses de los viejos fusiles de un Tiro Federal en los ojos. Mi vida es un desierto entre dos guerras. Necesito estar a oscuras. Necesito dormir, pero el sol me despierta. El sol, a través de mis párpados, como alas de gaviotas que echan cal sobre toda mi vida; el sol como una zona que me había olvidado; el sol como un golpe de espuma en mis confines; el sol como dos jóvenes vigías en una tempestad de luz que se ha tragado al mar, a las velas y al cielo. (1984)

           Larga esquina de verano

La boca abierta al viento que se lleva a las moscas, el tiburón se pudre a veinte metros. El tiburón se desvanece, flota sobre el último asiento de la playa –del ómnibus que asciende con las ratas mareadas y con frío y comienza a partirse por la mitad y a desprenderse del limpiaparabrisas, que en los ojos del mar era su lluvia.

Me acostumbré a verlas llegar con las nubes para cambiar mi vida. Me acostumbré a extrañarlas bajo el cielo: calladas, sin equipaje, con un cepillo de dientes entre sus manos. Me acostumbré a sus vientres sin esposo, embarazadas jóvenes que odian la arena que me cubre. (1984)

              Larga esquina de verano

¿Toda la arena de esta playa quiere llenar mi boca? ¿Ya todo hambre de Rostro ensangrentado quiere comer arena y olvidarse?

Aves marinas que regresan de la velocidad de Dios en mi cabeza: No me separo de las claras paralelas de madera que tatuaban la piel de mis brazos junto a las axilas; no me separo de la única morada –sin paredes ni techo- que he tenido en el ígneo brillante de extranjero del centro de los patios vacíos del verano, y soy hambre de arenas –y hambre de Rostro ensangrentado.

Pero como  sitiado por una eternidad, ¿yo puedo hacer violencia para que aparezca Tu Cuerpo, que es mi arrepentimiento? ¿Puedo hacer violencia con el pugilista africano de hierro y vientre almohadillado que es mi pieza sin luz a la una de la tarde mientras el mar- afuera- parece una armería? Dos mil años de esperanza, de arena y de muchacha muerta, ¿pueden hacer violencia? Con humedad de tienda que vendía cigarrillo negros, revólveres baratos y cintas de colores para disfraces de Carnaval, ¿se puede todavía hacer violencia?

Sin Tu cuerpo en la tierra muere sin sangre el que no muere mártir; sin Tu Cuerpo en la tierra soy la trastienda de un negocio donde se deshacen cadenas, brújulas, timones –lentamente como hostias- bajo un ventilador de techo gris; sin Tu cuerpo en la tierra no sé cómo pedir perdón a una muchacha en la punta de guadaña con rocío de ala izquierda del cementerio alemán (y la orilla del mar –espuma y agua helada en las mejillas- es a veces un hombre que se afeita sin ganas día tras día). (1985)

            Larga esquina de verano

¿Soy ese tripulante con corona de espinas que no ve a sus alas afuera del buque, que no ve a Tu Rostro en el afiche pegado al casco y desgarrado por el viento y que no sabe todavía que Tu Rostro es más que todo el mar cuando lanza sus dados contra un negro espigón de cocinas de hierro que espera a algunos hombres en un sol donde nieva? (1985)






        Tu rostro


Tu Rostro como sangre muy oscura en un plato de tropa, entre cocinas frías y bajo un sol de nieve; Tu Rostro como una conversación entre colmenas con vértigo en la llanura del verano; Tu Rostro como sombra verde y negra  con balidos muy cerca de mi aliento y mi revolver; Tu Rostro como sombra verde y negra que desciende al galope, cada tarde, desde una pampa a dos mil metros sobre el nivel del mar; Tu Rostro como arroyos de violetas cayendo lentamente desde gallos de riña; Tu Rostro como arroyos de violetas que empapan de vitrales a un hospital sobre un barranco. (1985)

Tu cuerpo y tu padre   

Tu Cuerpo como un barranco, y el amor de Tu Padre como duras mazorcas de tristeza en Tus axilas casi desgarradas. (1985)

“Tengo la cabeza vendada”(texto profético lejano)

Mi cabeza para nacer cruza el fuego del mundo pero con una serpentina de agua helada en la memoria. Y le pido socorro. (1978)

Tengo la cabeza vendada

Mariposa de Dios, pubis de María: Atraviesa la sangre de mi frente –hasta besarme el Rostro en Jesucristo (1982)-.

Tengo la cabeza vendada (textos proféticos)

Mi cuerpo –con aves como bisturíes en la frente- entra en mi alma. (1984)

El sol, en mi cabeza, como toda la sangre de Cristo sobre una pared de anestesia total. (1984)

Santa Reina de los misterios del rosario del hacha y de las brazadas lejos del espigón: Ruega por mí que estoy en una zona donde  nunca había anclado con maniobras de Cristo mi cabeza. (1985)

Señor: Desde este instante mi cabeza quiere ser, por los siglos de los siglos, la herida de Tu Mano bendiciéndome en fuego. (1984)

El sol como la blanca velocidad de Dios en mi cabeza, que la aspira y desgarra hacia la nuca. (1984)

Tengo la cabeza vendada (texto del hombre en la playa)

El sol entra con mi alma en mi cabeza (o mi cuerpo –con la Resurrección- entra en mi alma). (1984)

Tengo la cabeza vendada (texto del hombre en la playa)

Por culpa del viento de fuego que penetra en su herida, en este instante, Tu Mano traza un ancla y no una cruz en mi cabeza.

Quiero beber hacia mi nuca, eternamente, los dos brazos del ancla del temblor de Tu Carne y de la prisa de los Cielos. (1984)

Tengo la cabeza vendada (texto del hombre en la playa)

Allá atrás, en mi nuca, vi al blanquísimo desierto de esta vida de mi vida; vi a mi eternidad, que debo atravesar desde los ojos del Señor hasta los ojos del Señor. (1984)



       Me han sacado del mundo


Soy el lugar donde el Señor tiende la Luz que El es.

Me han sacado del mundo

Me cubre una armadura de mariposas y estoy en la camisa de mariposas que es el Señor –adentro, en mí.

El Reino de los Cielos me rodea. El Reino de los Cielos es el Cuerpo de Cristo –y cada mediodía toco a Cristo.

Cristo es Cristo madre, y en El viene mi madre a visitarme.

Me han sacado del mundo

“mujer que embaracé”, “Pabellón Rosetto”, “Larga esquina de verano”:

Vuelve el placer de las palabras a mi carne en las copas de unos eucaliptos (o en los altos de “B.”, desde los cuales una vez –sólo una vez- vi a una playa del cielo recostada en la costa).

Me han sacado del mundo

Manos de María, sienes de mármol de mi playa en el cielo.

La muerte es el comienzo de una guerra donde jamás otro hombre podrá ver mi esqueleto.



          La libertad, el verano    (A mi madre, recordándole el fuego)


Porque parto recién cuando he sudado y abro una canilla y me acuclillo como junto a un altar, como escondido, y el chorro cae helado en mi cabeza y desliza su hostia hacia mis labios, envuelta en los cabellos que la siguen. (1976)

Vengo de comulgar y estoy en éxtasis aunque comulgué con los cosacos sentados a una mesa bajo el cielo y los eucaliptus que con ello se cimbran estos días bochornosos en que camino hasta las arenas del sur de la ciudad –el vizcaíno, santa adela, la elisa. (1982)

Por las paredes de los rascacielos el calor y el silencio suben de nave en nave: Obsesivo verano de fotógrafo en fotógrafo, ojos del Arponero que rayan lo que miran, Ser de avenidas verticales que jamás fue azotado. (1978)

Después íbamos al África cada día de nuevo –antes que nada, antes de vestirnos- mientras rugían las fieras abajo en el zoológico, subían un sol sangriento a sus jazmines, y nosotros nos odiábamos, nos deseábamos, gritábamos... (1978)

Instantes de anestesia, de lento alcohol de anoche todavía en la sangre de pie de una muchacha desnuda y más dorada que la escoba: Necesito aferrarme de nuevo a la llanura, al ave blanca del corpiño en la  pileta de lavar, detrás de la estación y entre las casuarinas. (1984)

Tengo la foto de dos novios que cayeron al mar. Están vestidos de invierno, los invito a desnudarse. En las siestas nos sentamos junto a la bomba de agua y nos miramos: de nuevo embolsan luz los pechos de ella: él amaba a los caballos y una vez intentó suicidarse. (1978)

Necesito oler limón, necesito oler limón. De tanto respirar este aire azul, este cielo encarnizadamente azul, se puede reventar los vasos de sangre más pequeños de mi nariz. (1969)




Yace muriéndose

Toda la transpiración de mi cuerpo regresará a mis ojos cuando muera el tambor en donde fui formado y hablé con El –como un niño borracho- entre sillas caídas, río crecido y juncos.

Todas las lágrimas de mi vida volverán a mis ojos; y por las hondas sedas de un pecho de caballo querré internarme, huír, refugiarme en mi casa de trozos esparcidos de ballenas: mi casa como cuerpo de varón recién nacido en el tórrido vientre del silencio. (1985)

Yace muriéndose

Nunca más pasaré junto al bar que daba al patio de la Capitanía. No miraré la mesa donde fuimos felices:

El sol como ese lugar bajo las aguas de un río de tierra y de naranjas donde antes de aprender a caminar miré a Dios como un hombre que sabe qué es la guerra. El sol como esas aguas de tierra y de naranjas donde sin extrañar la respiración, el aire, lo miré de este modo: “Recuerdo una victoria lejana (tantos salvados rostros que después nadie quiere recordarme) y estoy en paz con mi conciencia todavía”. (1984)

Yace muriéndose

La dejé sobre un lecho de vincapervinas altas, frías, violáceas.

Por su final de arroyo, la herida de mi frente llora en las flores y agradece.

Yace muriéndose

Dentro De cuatro días llegará a Tu Océano con uno de mis soldaditos dormido sobre sus labios. Y se dirá, sonriéndome. “Es lo poco que hace que este hombre iba al centro del sol cada mañana con un puñado de soldados de plomo. Es lo poco que hace que en el centro del sol, cada mañana, su corazón era un puñado de soldados de plomo entre gallos”.

        Dormido sobre sus labios

Pequeño Legionario, ¡cuánto viento! Pedacito de plomo, pedacito de Sahara: Vendrán veranos no obsesivos; pasarán los hijos de mis hijos. (1978)

Yo puedo hachar todo el día pero no puede cavar el día. No puedo cavar en ningún lado siniestra esperando que aparezca de pronto un soldado entre mis pies desnudos.(1978)

Para comenzar sobre sus labios

Es mi parte de tierra la que llora por los ciruelos que ha perdido.

Para comenzar todo de nuevo

El verano en que resucitemos tendrá un molino cerca con un chorro blanquísimo sepultado en la vena. (1969)