Une saison en enfer
Encuentro
mucho que admirar (abrupta
belleza
por lo pronto) y aún
mucho
para integrar (esa insolencia
de lo drástico) en formación
volcánica.
Algo, por ejemplo,
como
el pájaro vivo
en la caja del áspid o la escueta
confesión policial:
-Tuve
que violarla.
Desde ya no se trata
de catedrales sumergidas.
Es
el caso más bien, entre otras cosas,
de las reses colgadas
(aunque claro, con cruda
complacencia)
en
el mercado.
De la dura y tenaz constatación
Homo homini lupus
de
que la historia es necesaria. Nada
de sepultureros blanqueados.
¿No es lo opuesto (hasta
huele
mal)
del jardín de la infanta.
de toda (¿hay que decirlo?)
esa
sublime voluptuosidad (delicuescencia
de la rosa)
bajo los párpados?
Donde el aire
se
ratifica, la directa
explosión animal
tiene la revelación de la
cosa.
Y
tiene la forma
de la explosión, tan
Nada deseo sino ser
la
penetración de este espacio
todavía.
La araña
no
es meramente la araña. La hoja
del
banano, traslúcida, también
lo
es. Y la roldana
que
chirría.
Alrededor
se engríe el ir a nada
de
todo, la ceguera
del
corazón,
el
ocio y el negocio
de
la vida.
No
esta colma. Si a veces
el
polvo se estremece,
solamente
contemplo cómo vuelve,
de
suyo, a mi reposos.
Sube el gato hasta el techo
a Jorge Fondebrider
y
halla gatos. ¡Laurel,
escarmiento
de los poetas!
Dejar
el gato abajo y escalar
el
techo de la noche. Los gatos
no
son alpinistas.
¡Oh noche,
pensamiento
callado,
oh
noche de la noche,
pensamiento
no
pensado!
Dice
el gato a la noche:
-¡Oh Pensamiento,
piensa,
en mí,
cuando
no pienso!
Peter
Walsh
Virginia Wolf
Pocas
cartas
y
extrañamente insulsas .
Eran
sus
dichos
lo
que quedaba en la memoria.
-¿Meditando
entre legumbres?
(¿era así?)
o
-prefiero la gente a
las coliflores?
¿Y
aquella sobremesa
sobre
fantasmas?
-Si creyera en
fantasmas
(se
rió)
no podría dormir.
Andan siempre alrededor de mi cama
Sin embargo,
lo inquietante no es eso.
Es esto, ahora, allí:
la palmera viva en su calma.
En
una conferencia
metafísica,
comentó
(no diré
que
sonara oportuno):
-La
genciana es amarga.
No
recuerdo
sus
últimas palabras;
me cegó
su
destello.
Fue una flecha
de
inteligencia, de calor.
Se
fundieron
dos
mundos.
Un trocito
de
papel
que
flotaba en el agua
fue
tocado un instante por un rayo
de
sol.
Su esplendor
(era
forma, belleza, revelación, dolor)
me
marcó para siempre.
Como
el brusco destemple
de
Peter Walsh,
la
genciana es amarga.
“Tras
los disparos de la risa”,
descontento
de mí mismo,
quemo
tiempo y espacio
con
una herida.
Mis astillas
atacan
el punto
radiante,
el eje
trabado:
la pulpa
se
tritura, el carozo
se
pudre, la pepita
desafía
el dolor. No hay un camino
más
trillado ni parece
que
acabe mal. El oro
permanece,
la
chatarra se cae.