Cada paso
que suena en la tiniebla
ojo tras
ojo recibe por alabanza
una gloria
vacía. –Por cierto
no es mucha
la importancia de estar en los otros.
Promesa y
cumplimiento, vergüenza y esplendor,
la luz
rodea a la noche que permanece.
“Hasta el
santo mata en el día de su furor; sea
como sea,
siempre encuentra un viento de tempestad
que ejecute
su palabra: No hay justicia, ni habrá
un tiempo
en que el necio de labios caiga.
Mirad, y
ved si los huesos abatidos se recrean”.
El muerto
está crudo aún,
y el árbol
que roza la ventana
y el camino
que le tuerce los ojos
lo ponen de
pie. Dos pasos, tres,
y como un
cerdo cae, junto a la viuda
que cerraba
las cortinas con disimulo.
Estábamos
alrededor del fuego
y sonaba un
tambor. Yo, deseando su muerte,
bailaba
sobre la mía. Menos ciego,
ahora –el
ojo escupe en mi caída lo alto-
siento mi
peso en mi caída.
El enemigo, sereno,
me
alumbraba con su diente de oro.
“Campo
lateral”
¿Soy
esto que tus ojos se están llevando?
Miserable
manada, chamusquina de las horas, en la
marca de la
creciente
roja
bajo los árboles dirá: “Hermana mía,
eras tan suave,
yo temblaba
en tus brazos como un dios sin duración”.
-¿Para quién deja de ella caer
sus
mascarilla aspiradas, acá y allá , dando pasos como
vidas
incontables a ninguna parte?
Orientada
Acaricia el agua con un pie. Se diría
que es una
actriz
silenciosa, lo irreal.
-No
vendrá. Soy tan claro.
Mientras oigo los sonidos fugaces de la
altura (¿llegamos ahí?) pastan, pasan las bestias físicas del mar en sus velas,
una cucharilla tintinea entre avalanchas de rosa, de rojo, de plata –y no
quiero que se entienda que hay lugar al que yo podría entrar sin ella,
hecha de culminaciones
leves, igual que la ironía de alguien
al que otro exige
una palabra
suya, y es él quien lo deja llevar el paso.