jueves, 30 de agosto de 2012

Sergio Bizzio


Cada paso que suena en la tiniebla
ojo tras ojo recibe por alabanza
una gloria vacía. –Por cierto
no es mucha la importancia de estar en los otros.
Promesa y cumplimiento, vergüenza y esplendor,
la luz rodea a la noche que  permanece.
“Hasta el santo mata en el día de su furor; sea
como sea, siempre encuentra un viento de tempestad
que ejecute su palabra: No hay justicia, ni habrá
un tiempo en que el necio de labios caiga.
Mirad, y ved si los huesos abatidos se recrean”.






El muerto está crudo aún,
y el árbol que roza la ventana
y el camino que le tuerce los ojos
lo ponen de pie. Dos pasos, tres,
y como un cerdo cae, junto a la viuda
que cerraba las cortinas con disimulo.






Estábamos alrededor del fuego
y sonaba un tambor. Yo, deseando su muerte,
bailaba sobre la mía. Menos ciego,
ahora –el ojo escupe en mi caída lo alto-
siento mi peso en mi caída.
         El enemigo, sereno,
me alumbraba con su diente de oro.
“Campo lateral”

¿Soy esto que tus ojos se están llevando?

Miserable manada, chamusquina de las horas, en la
marca de la creciente
         roja
         bajo los árboles dirá: “Hermana mía, eras tan suave,
yo temblaba en tus brazos como un dios sin duración”.

         -¿Para quién deja de ella caer
sus mascarilla aspiradas, acá y allá , dando pasos como
vidas incontables a ninguna parte?




          Orientada


         Acaricia el agua con un pie. Se diría que es una
actriz silenciosa, lo irreal.

-No vendrá. Soy tan claro.

         Mientras oigo los sonidos fugaces de la altura (¿llegamos ahí?) pastan, pasan las bestias físicas del mar en sus velas, una cucharilla tintinea entre avalanchas de rosa, de rojo, de plata –y no quiero que se entienda que hay lugar al que yo podría entrar sin ella,
         hecha de culminaciones
         leves, igual que la ironía de alguien al que otro exige
una palabra suya, y es él quien lo deja llevar el paso.