Soneto con mea culpa
Manos desfallecidas. Letanía
En
silencio arcilloso y sin salida.
Desterrada, la copa florecida
En un rincón del viento y su agonía.
Bajo cielos de amarga extranjería
Repito con palabra anochecida:
Me acuso de la copla y de la herida
-Absorto corazón, y gastado día-.
Sí, yo anduve la inútil aventura
Por mundos de doliente arquitectura,
De estrella rota y planisferio
oscuro.
Y en el silencio –lentitud de trapo-
Yo dibujé la sombra del harapo
Y yo escribí los nombres en el muro.
Poema único y final para Nacarid
“Anywhere out of the World”
1
Te conocí con una boina celeste sobre los cabellos rubios.
Y tenías los ojos azules, y la frente combada, y la
unción religiosa con
estampas
y fechas patronales de tus antepasados irlandeses.
Tu sweater gris perla, tu pollerita breve, y tus
piernas de chiquilín,
cuando
bailabas: sonreías entonces con hoyuelos a lo Janet Gaynor,
y como
ella eras pecosa y adorable.
Hoy, lo puedo decir con toda sencillez.
2
Vienes desde un paisaje de sol
entre los álamos.
Y vienes desde un límite de no recuerdo dónde.
Aunque acaso lo sé: del oeste del sueño.
Vienes con las siestas maduras pesadas de trigales, con mariposas grises
y flores escarlatas.
Hoy estoy sobre un punto –desamparado mundo-
con los ojos dolidos,
y las manos dolidas,
y la canción dolida.
Pero yo sé que vienes, vienes, en las tardes como ésta, por una calle
larga que no olvida tu
nombre.
(Yo no sé por qué, en este viaje por la geografía exacta de tu nombre
imagino un país de biombo
con casitas de techos de azúcar, un
lago de espejo, un reloj
con torre y cigüeñas invernales).
3
Sin embargo, yo se que todas las estrellas de tu nombre giran sobre
esta soledad en que te
canto, Nacarid...
4
Algún día he de hacer tu fiel itinerario.
Tu retrato he de hacer, conmovido y exacto.
Diré que a tu avenida renacen los arroyos y se encienden los cirios de
las fechas propicias.
Diré que yo sé que vienes de un vértice encendido.
Diré de dónde vienes.
5
Porque, después de todo ¿qué nos importa -¡Nacarid!- de la Actualidad
Mundial, los Pactos
Internacionales y la Expansión Territorial?
Quiero que vengas, que vengas, alegre como un taconeo.
6
Diré de dónde vienes con tus cabellos cálidos y tu nombre claro, con
tu sweater gris, tu boina
celeste, tu pollerita breve, tus piernas de
muchacho, tu sonrisa y tus
adorables etcéteras.
Vienes desde una tarde de sol y aniversario.
Vienes desde algún día de víspera de viaje.
Vienes de donde vienes: yo sé de dónde vienes.
¿Y la lluvia?... Es claro que también en la lluvia vienes...
(La lluvia tiene grafía de puntos suspensivos...)
Y vienes en el balanceo de un “fox” de 1929.
Y te saludan la roca y el árbol, y el arroyo, y yo.
7
Querías llamarte Vilma, alocadamente, y tenías –Nacarid- nombre
de poema escandinavo y de
muerte joven.
8
Hagamos un poco de historia, Nacarid...
Sí, ya sé que en las pizarras de los diarios talla la Actualidad y el
Cable y el Ultimátum.
¡Qué-Diablo-Nos-Importa!
Tú, conmigo.
Dejemos a los tenderos con sus sociedades de mutuos socorros y su
bel canto y sus
aspiraciones de ataúdes caros y sus virginales hijas
custodiadas.
Tú, conmigo.
Hagamos un poco de historia, Nacarid.
Y fue una tarde –14 de diciembre de 1929- a la sombra alargada
de los trigales maduros, mientras tus padres,
irlandeses persistentes,
bebían y rezaba sangre y advenimiento de Nuestro
Señor.
¡Nacarid!
Cuánto tiempo de todo aquello, ya
A veces –como cualquier hijo de vecino- me pongo a pensar, no
sin cierta tristeza: te lo
confieso, hoy, que puedo decirlo con toda
sencillez.
Con toda claridad me decías bromeando que te habría gustado llamarte
Vilma y darte a la vida
loca, y sonreías sólo yo sé cómo.
O decías que “el día menos pensado” te metías a monja –Sor Sutilidad,
pensaba yo-.
Teníamos entonces el paisaje campesino, el blanco vellón y la enredadera
de la tapia, y una hamaca
en la siesta pesada de moscardones
y trigales agobiados.
¡Nacarid!”, yo sé que vienes, y de dónde vienes!
9
Hagamos un poco de historia, Nacarid.
Tu boca era cálida y jugosa, con ese sabor violeta de lápiz escolar, y
tus cabellos cálidos y
pesados como los trigales en el atardecer.
Te gustaba bailar, nos gustaba bailar, y yo a veces pensaba que
efectivamente
debiste llamarte Vilma;
pero te llamabas NACARID,
y tenías antepasados
rubios y fervorosos, amantes de la canción y
la vendimia casera.
Para mí, que desapareciste un buen día de resurrección, con tu sweater
gris y tus cabellos húmedos
en el atardecer, tras de una canción
taconeada.
¡Pero vienes, yo sé de dónde vienes!
Y al nombrarte hoy, sobre este punto final –desamparado mundo-
pronuncio tres veces tu
nombre
-24 de diciembre de 1929-
y ángeles y serafines
dicen: Santo, Santo, Santo.
Elegía romántica
Gritos de niños gritos de mujeres gritos de
pájaros gritos de flores gritos de maderas y de
piedras gritos de
ladrillos gritos de muebles de
camas de sillas de cortinas de cazuelas
de gatos
y de
papeles.
Picasso
Errante comunión, barca perdida
en este río de la fe, profundo.
Río que invade mi región dormida
con olas de otro mundo y de este mundo.
Yo sé que está tu grito en mi garganta,
como en el tallo de las azucenas.
Como en la planta muerta que era planta,
como en las malas cosas que eran buenas.
Oh, canas de tus sienes: beneficio
de cáliz y de palma. en tus moradas
se ha derramado el vino del oficio,
y tus manos están desamparadas.
¡Desamparadas, frente a un mar oscuro,
entre jinetes muertos, entre cruces
sumamente caídas!¡Oh qué puro
es tu delirio, tu inferir de luces!
La dignidad del mármol en las manos,
y el tul antiguo que tu viento enfría:
oh muchacha, oh navío, en los lejanos
mares que en hondo llora la elegía.
Madre total, alcánzame los remos,
y bogaré, y ya bogará la muerte.
Que este mar es tu mar, el que sabemos:
corazón y arrecifes, quilla fuerte.
Barca final, de luces apagadas,
entrando sin mensaje en la bahía
donde todo está quieto. Clausuradas
puertas de llamador y esquela fría.
No más. Las cosas de la hiedra: espanto
de maúser desvelado entre palomas,
con pena y ¡qué sé yo! con todo el llanto,
con todo el viento y todos los aromas...
¿Qué signo se interpone, cuál escombro
señala tus abiertas ciudadelas?
¡Qué espectro de profundis, el asombre!
¡En que vías sin fe te desconsuelas!
Yo sé qué pasa: todo está en mis sienes:
al lauro roto, su laúd profundo,
e iluminando todo (en todo vienes)
la abandonada lámpara del mundo.
Oh pájaro y pradera. (¿Quién decía
el negro toro, el torreón caído?
El duende de tu horóscopo dormía,
y el arrancado lirio era perdido.)
Vengo a llorar. Para llorar me llego
junto a tu altar de sombras, tierra mía.
Este rosa, este rosal te entrego
en rehenes: puñal y espuela fría.
¿No véis los altos álamos amantes
junto al aljibe y el brocal de greda?
Parece ser lo mismo, caminantes,
pero el farol se apaga y nada queda.
Llevadme a ser el grito y el motivo,
por largos pedregales y parajes.
Esta voz en que vivo y me desvivo
me está llamando a viaje entre los viajes.
¡Oh campanas calladas! ¿Qué azucena
cayó desde la torre, sobre el río?
En ese gran silencio, ¿qué serena
luz se apaga en este sueño mío?
Una tras otra, voces de mi río
que crece en mi garganta. Así me llaman,
ola tras ola... Este naufragio es mío,
y coral y memoria me reclaman.
Oh, su cantar. Sus graves cautiverios
rotos en cruz, en lumbre y en cadena:
el corazón en amplios hemisferios,
y de tierra natal la boca llena.
Como la infancia dice, en laberinto
de sus serenas transfiguraciones:
cirio en las sienes y espadín al cinto...
¡Oh lejano pais, oh embarcaciones!
Yo sé: tu grito, el grito tan profundo
de mi raíz antigua, de mi frente,
de mis manos que fueron por el mundo,
de la arteria que estalla. De mi
fuente.
¿Qué lumbre no sería más amiga
que la de sus manos perforadas?
¿Qué sal premiosa, qué rincón, qué espiga
en extensiones tan desamparadas?
Para caer, su valle es de amargura.
Para reinar, de espinas sus corona
¡Oh Descalzo! La fe de su escritura
en siete veces siete nos perdona.
Vengo a llorar, molinos, madreselvas,
muro de confesión, valle profundo,
hijas que caen, ruidos de mis selvas,
asuntos de otro mundo y de este mundo...
¿Qué savia milagrosa se desliza
hasta al triste flor de su amatista?
¿Mi nombre borrará de su ceniza
cuando mi voz al viento ya no exista?
¿Mis pasos borrarán los meridianos
que ciñen la comarca de las voces,
y la señal, que inscripta en estas manos,
me conoces por ella y desconoces?
No borrará. Sus cifras de conjuro
en islas de pasión y en luz de luna,
han de guiarme, serenamente puro,
con una voz que no es como ninguna.
Y cadenas de seres peregrinan
junto a mi oscuro ser, oh madre mía.
Por rumbos de la sangre se encaminan
hacia el portal de luz de tu Elegía.
No me dejéis aquí, junto a este río.
No me dejéis así, convaleciendo.
Todo el amargo haber parece mío,
en lámparas y lámparas muriendo...
Escama de oro, ala de plata
1
-Acércate a esta lumbre, ala de plata,
y deja el aire en pie; yo te proclamo
en mi vertiente azul, ala de plata.
-¿Quién me nombra en la voz de las espumas,
calendario de arena, escama de oro?...
El aire es tibio, el sol de miel y arena.
2
-Detén tu vuelo y ven, ala de plata:
vuelas por sobre todo lo que sueñas
para tus niñas y tus madreselvas...
-¿Qué abismo adoro, qué trizado espejo
me atrae? Ya navego en agrios aires,
y cunde el sol, y caigo, y soy de cera...
3
-¡Ala de plata, ven! Tu dulce rumbo
pide raíces de limón y lágrimas:
vuela sobre mi campo de granate...
-¡Oh las naves, las naves! Me persigue
un ser profundo de ojos de corales
en vertientes de azul, y torbellino...