(...)
Empujar
el parpadeo de lo que se sabe
como
el niño empuja su juguete hasta el borde de la mesa
y
lo deja caer sin un porqué,
quizá
para jugar con su lugar vacío.
Hay
un cielo de las cosas enterradas,
un
cielo brusco y doble,
donde
el otro se abstiene.
(...)
Una
vida paralela a la otra,
jugando
de nuevo las partidas perdidas,
reviviendo
a la inversa cada alternativa,
sosteniendo
con los pies lo que antes sostuvimos con las manos,
reconociendo
en la treguas del agua
la
solidez que no supimos encontrar.
Una
vida paralela a lo que no fue,
al
ciervo que no encontró su bosque,
al
itinerario descartado de un verano,
a
las manos de una mujer interrumpida,
al
señuelo de morir en la alta noche
en
que todo parecía una torre de reconocimientos.
Una
vida paralela al retroceso real o hipotético de la vida,
para
explicarnos la caída que nunca llegó al suelo,
para
tocar el punto hacia el cual regresan los abrazos,
para
acostumbrarnos a la espalda de las palabras,
para
aprender a abrir los ojos sin mirar,
para
ubicar el signo del que se cuelgan las llaves
que
no entran en ninguna cerradura.
Una
vida paralela a ala copia de la vida,
al
hecho radicalmente autónomo de lo que no vive,
a
la imprudente enredadera de los pensamientos interrumpidos,
a
la congestión desconcertada de las ventanas de la tierra,
al
hecho público y lamentable de tener que vivir
junto
al largo cansancio de tener que morir.
O
ya que no existe nada que no sea paralelo de algo,
una
vida simple y sencillamente paralela,
aunque
no sepamos de qué.
(...)
Hay
mensajes cuyo destino es la pérdida,
palabras
anteriores o posteriores a su destinatario,
imágenes
que saltan del otro lado de la visión,
signos
que apuntan más arriba o más debajo de su blanco,
señales
sin código,
mensajes
envueltos por otros mensajes,
gestos
que chocan contra la pared,
un
perfume que retrocede sin volver a encontrar su origen,
una
música que se vuelca sobre si misma
como
un caracol definitivamente abandonado.
Pero
toda pérdida es el pretexto de un hallazgo.
Los
mensajes perdidos
inventan
a quien debe encontrarlos.
(...)
Estamos
aquí
como
juguetes de alguien
que
no sabe jugar.
Los
juguetes
deben
enseñarle a jugar
a
quien los hizo.
(...)
Toda
palabra llama a otra palabra.
Toda
palabra es un imán verbal,
un
polo de atracción variable
que
inaugura siempre nuevas constelaciones.
Una
palabra es todo el lenguaje,
pero
es también la fundación
de
todas las transgresiones del lenguaje,
la
base donde se afirma siempre un antilenguaje.
Una
palabra es todavía el hombre.
Dos
palabras son ya el abismo.
Una
palabra puede abrir una puerta.
Dos
palabras la borran.