domingo, 26 de agosto de 2012

Roberto Juarroz



(...)


Empujar el parpadeo de lo que se sabe
como el niño empuja su juguete hasta el borde de la mesa
y lo deja caer sin un porqué,
quizá para jugar con su lugar vacío.

Hay un cielo de las cosas enterradas,
un cielo brusco y doble,
donde el otro se abstiene.



(...)


Una vida paralela a la otra,
jugando de nuevo las partidas perdidas,
reviviendo a la inversa cada alternativa,
sosteniendo con los pies lo que antes sostuvimos con las manos,
reconociendo en la treguas del agua
la solidez que no supimos encontrar.

Una vida paralela a lo que no fue,
al ciervo que no encontró su bosque,
al itinerario descartado de un verano,
a las manos de una mujer interrumpida,
al señuelo de morir en la alta noche
en que todo parecía una torre de reconocimientos.

Una vida paralela al retroceso real o hipotético de la vida,
para explicarnos la caída que nunca llegó al suelo,
para tocar el punto hacia el cual regresan los abrazos,
para acostumbrarnos a la espalda de las palabras,
para aprender a abrir los ojos sin mirar,
para ubicar el signo del que se cuelgan las llaves
que no entran en ninguna cerradura.

Una vida paralela a ala copia de la vida,
al hecho radicalmente autónomo de lo que no vive,
a la imprudente enredadera de los pensamientos interrumpidos,
a la congestión desconcertada de las ventanas de la tierra,
al hecho público y lamentable de tener que vivir
junto al largo cansancio de tener que morir.

O ya que no existe nada que no sea paralelo de algo,
una vida simple y sencillamente paralela,
aunque no sepamos de qué.



(...)


Hay mensajes cuyo destino es la pérdida,
palabras anteriores o posteriores a su destinatario,
imágenes que saltan del otro lado de la visión,
signos que apuntan más arriba o más debajo de su blanco,
señales sin código,
mensajes envueltos por otros mensajes,
gestos que chocan contra la pared,
un perfume que retrocede sin volver a encontrar su origen,
una música que se vuelca sobre si misma
como un caracol definitivamente abandonado.

Pero toda pérdida es el pretexto de un hallazgo.
Los mensajes perdidos
inventan a quien debe encontrarlos.



(...)


Estamos aquí
como juguetes de alguien
que no sabe jugar.

Los juguetes
deben enseñarle a jugar
a quien los hizo.



(...)


Toda palabra llama a otra palabra.
Toda palabra es un imán verbal,
un polo de atracción variable
que inaugura siempre nuevas constelaciones.

Una palabra es todo el lenguaje,
pero es también la fundación
de todas las transgresiones del lenguaje,
la base donde se afirma siempre un antilenguaje.

Una palabra es todavía el hombre.
Dos palabras son ya el abismo.
Una palabra puede abrir una puerta.
Dos palabras la borran.