domingo, 26 de agosto de 2012

Francisco Madariaga



La profesora de química

 



Un aire de cedros verdes sobre las casas amarillas,
un sol de nieve de leche, ácidos y profesores de química:
está tan cáustico el aire entre las tablas del gabinete,
oh el zinc marrón hierro de las primeras casas
y los cedros encerrados entre paredes amarillas,
y mi sed sobre el aire y ese sol de agua pálida,
las municipalidades amarillas, el viento eterno entre los árboles,
y la profesora amarga de treinta y cinco años duros pero hermosos:
ojos nublados por un azul de laboratorios y oscuras prácticas,
sigue siendo la misma causticidad de labios duros,
y el vestido marrón ceñido de brillante madurez,
tan concentrada en tantos pálidos estudiantes de voces mediocres e infantiles.
Oh los dedos hermosos de ácidos y cristales y combustibles
que arden con colores rabiosos y tristes como yo
cuando la miro tan diluida, dura, hermosa;
ardiente, acaso, y dulce, en su lejano domicilio.



       Lágrimas de un mono


Yo quiero cautivar tu desesperación, oh mono adiós.
Tiemblas tanto en tus islas negras, oh mono adiós.
En los embarcaderos el color encendido en tus ojos tiene tanta fe.
Oh mono, retén el equilibrio de tu asombro.
Yo ya tiemblo en tus islas, mono adiós.
Tu odio virginal es idéntico a cuando se cruza mi alma con el mundo.



     La negra y el calmante


¿No viene porque sí la vieja quilla del barón de plata?
¿Por si lucharan juntos la nena y el calmante?

Oh rayo espeso de su rostro, la alegría tiene un exilio de odio.

Así tu hija amará: ¡calor de potro para su delicadez cuando la revienten!

El tufo de la madre gorda es hirviente.
La bella es la imposible reina del odio.

Yo sólo tengo miedo, oh especial, el abismo es una boca de loco que nos inunda con
         su aliento.

¿Quién es el hombre que resiste este otoño podrido por el infinito?
El lobo está erguido en la humedad y ofrece una guarida.
Oh desconsuelo, ven a mí.
Oh amor, domina en mí.
Oh tentación, degüella en mí.



    Elmalgarzareal


                            1
Cualquier cosa...
con tal de barrer de la memoria
el mono errado de la muerte.

Yo no tengo país,
tengo isletas voladas por el agua.
Siempre he sostenido un placer de confesión
violento en el honor de mi memoria.

Islas de patos amarillos
para las mueres más niñas de la voluntas,
mi sol, mi sol, mi sol,
he resuelto seguir hablando,
seguir bebiendo los juncales de los terrores
de la suerte.

                            2
No-viajeros,
en una dirección esplendente y herida
canta el país salvaje,
¿pero, pero, pero?

No es el invierno de arrodillarnos,
es el fuego en la isla indiana.

¡La boca en la cabellera
canta la desgraciada!

                            3
Salva tu velocidad,
oh cantor de corzuelas,
oh gala popular.

                            4
Jorobadita que acompaña a la calle estival,
oh mi amor, este azar te construye,
canta, ebria de odio,
tu canto impopular a tu hermano.

                            5
No hubiera traído mi caballo esta mañana
hasta esta temporada de mar en los esteros
para haberle enseñado la muerte a mi caballo
y hasta oír el tambor que entierra a los estero.
Pero tampoco...

                            6
Yo no lo acuso de cantar a la muerte,
yo no lo acuso de rodear a la muerte,
lo acuso de ser sin memoria a usted, cantor riente, cantor veloz,
cantor que cae cuando cae el aliento de la suerte.
Sin memoria, oh huérfano amigo gentilísimo de alma más mojada por el mar.

                            7
Escuche la sardapela del océano que se le acerca
como mar –menos puro que el océano- porque usted
regresa con estero y sus caballos son del barro del norte.
Escuche, y alegre, trate de no separar más sus sueño.

                            8
Son las hojas las que me traen el mar.
¿Son las siestas las que deciden una parte de mi muerte para el mar?

                            9
Desesperados por el mar
desprendieron del paisaje errabundo
y asestaron sus redes
en el paisaje no-natal-

¿Error por la poesía,
o errores de la poesía?

                            10
Leo mal. Me encuentro embrutecido por los libros...
Me acosan las imágenes ¿casi periodísticas? de la naturaleza.
Pero estoy claro porque recibo las oleadas de mi destino
antiverbal, con una gracia de ultratumba delgada
sobrenavegando entre árboles esbeltos en un clima jubilosamente invernal.
De esos climas que navegan por los aires, haciendo
germinar hacia el fondo los paisajes de las angosturas
vegetales y el reverbero de los lagos-lagunas.

Y recibo, también, a mi destino antiverbal, con una
desgracia de leyenda de país enamorado.

                            11
He vuelto al invierno de los pastos colorados.
El invierno que reacciona al universo, que purifica
las relaciones en los cementerios de campaña
y da lecciones de mecánica celeste a los monos
de los bosques más modernos.

                            12
No es cierto: ¡cierro siempre mi capítulo! Abro
mi tránsito terrestre a los encuentros con el mar.
Yo soy el portador de los lagos-lagunas, el apoderado
general para hacer las transferencias de las aguas
de retenimiento primordial.

                            13
¿Por qué tormentas sufren de aludes y yo no de memoria?

                            14
Real, como el ruido del planeta.

                            15
¡Para qué carajo enciende su cocina la gente!
Y temporadas del invierno.

                            16
Lo que más detesta la verdadera poesía: el perdón popular.

                            17
¡Oh trabajo continental del invierno: desaparece todo,
un solo clima!

                            18
¿El paso a nivel de sol del pobladito natural que burla
el del antiguo Infierno?...





       El paraíso del estero

        

                   1

Cuando el pájaro,
pájaro del amanecer que detiene la tormenta,
llega hasta el fondo del verano colérico y con sombras blancas que deslumbra
         a mi cabeza,
oh rey del mediodía, vuela mi sangre con la
tormenta del verano, y la húmeda reina del amor –con aros en el rostro-
reposa en el fondo del paraíso del estero.

Cascabeles de serpientes-leyendas
cantan desde el país del odio, que me hace llorar de fuego,
y en el río salvaje nada el niño salvaje,
¿y quién lo podría recibir, si aún nada, y tiene el espíritu en los ojos?
Y aún canta,
y no podría dejar de cantar su corazón, que sólo busca enterrarse con el río de
         cristales rosados,
sin poder desligarse de la tierra.


                            2

Me he descubierto en mi propio corazón,
tratando de envenenarme en las vastedades de las aguas.
La serpiente era la principal belleza dominante entre los colores de mi sangre.
La serpiente que ardía en el final de la frescura de mi memoria,
y copulaba con el tigre que salía intacto de entre los juncos de oro.

Después de todo esto,
¿comprenderéis que no pueda decretar, definitivamente, ninguna Poética?