El
General Pedernera lleva los restos de Lavalle por la Quebrada de Humauaca
Sea yo digno de esta carga, la más
liviana que llevaron mis hombres en esta larga historia de desgüellos.
Tercas estas partidas, que
sin sueño atraviesan las noches, me vuelan a balazos las estrellas, me obligan
a orinar en los tizones.
Te llevaré donde guarden
las alturas temibles, las rosas invencibles.
Allí te dejaré, rubia
cabeza codiciada, mi general hermosos y orgullosos, mi pobre niño acribillado.
Que una mujer te llore y
un cóndor te defienda.
Yo volveré a esta patria
que es más bien un deseo, un fortín incendiado, una aguada reseca, un tala
contra el viento, una herida que duele.
Que sangra.
Objetos sagrados
-No vendas- le dijeron- tus objetos
sagrados.
Y como argumentara que no
hay objetos sagrados:
-No vendas- le dijeron- el
día del precipicio, la noche de la develación, los ojos que te hicieron
solitario.
Y como argumentara que es
necesario subsistir:
-Te concedemos la peste,
la demencia y el no ser entendido, ni creído sino muy raras veces y con extrema
dificultad. El ensueño –tú sabes- solloza entre los bártulos.
La trinchera del Rin
Yo, Martín
Heidegger, filósofo
que pensó lo Impensable
y que anunció la perdida del Ser
en razón de la ciencia y el olvido,
fui declarado por mis pares
“persona totalmente prescindible”
y enviado a cavar esta trinchera
a lo largo del Rin.
Bajo mis pies se ahonda la tierra venerable.
Cae el azul crepúsculo de Georg Trakl. Tengo frío.
Yen el bosque cercano suena otra vez, oscura,
la risa del idiota que asistía a mis clases.
Pembroke Bay
Allá quedó: recóndita
entre el cielo y el mar y las colinas,
con sus arenas lúcidas, su propia eternidad,
en el azul fosforescente, sola
entre los élitros de la tormenta y el galeón estallado,
entre la piedra del coleóptero y el áspero versículo
del caracol, y el viento que vomita la nieve
y el cormorán que eleva sus ojos hechizados
en un edén de espumas y asfodelos
donde secretamente avanza el leviatán
hacia el fin de la noche, dios lejano,
hacia los grandes témpanos que han roído las olas
y la aurora boreal.
Reina de los callados pensamientos
entre los horizontes y las rocas de Príapo,
oh, blanca tumba mía, preferida entre todas.
Una hierba
Me siento para poder andar. Montón de
hojas secas, las palabras esconden una hierba naciente. ¿La reina del mundo?
Voy hacia ella, terco y
feliz, como ese escarabajo que poco a poco encuentra su camino y su noche.