domingo, 26 de agosto de 2012

Raúl Gustavo Aguirre




  El General Pedernera lleva los restos de Lavalle por la Quebrada de Humauaca



         Sea yo digno de esta carga, la más liviana que llevaron mis hombres en esta larga historia de desgüellos.

         Tercas estas partidas, que sin sueño atraviesan las noches, me vuelan a balazos las estrellas, me obligan a orinar en los tizones.

         Te llevaré donde guarden las alturas temibles, las rosas invencibles.

         Allí te dejaré, rubia cabeza codiciada, mi general hermosos y orgullosos, mi pobre niño acribillado.

         Que una mujer te llore y un cóndor te defienda.

         Yo volveré a esta patria que es más bien un deseo, un fortín incendiado, una aguada reseca, un tala contra el viento, una herida que duele.

         Que sangra.




         Objetos sagrados


         -No vendas- le dijeron- tus objetos sagrados.
         Y como argumentara que no hay objetos sagrados:
         -No vendas- le dijeron- el día del precipicio, la noche de la develación, los ojos que te hicieron solitario.
         Y como argumentara que es necesario subsistir:
         -Te concedemos la peste, la demencia y el no ser entendido, ni creído sino muy raras veces y con extrema dificultad. El ensueño –tú sabes- solloza entre los bártulos.





      La trinchera del Rin

 


Yo, Martín
Heidegger, filósofo
que pensó lo Impensable
y que anunció la perdida del Ser
en razón de la ciencia y el olvido,
fui declarado por mis pares
“persona totalmente prescindible”
y enviado a cavar esta trinchera
a lo largo del Rin.

Bajo mis pies se ahonda la tierra venerable.
Cae el azul crepúsculo de Georg Trakl. Tengo frío.
Yen el bosque cercano suena otra vez, oscura,
la risa del idiota que asistía a mis clases.





     Pembroke Bay


Allá quedó: recóndita
entre el cielo y el mar y las colinas,
con sus arenas lúcidas, su propia eternidad,
en el azul fosforescente, sola
entre los élitros de la tormenta y el galeón estallado,
entre la piedra del coleóptero y el áspero versículo
del caracol, y el viento que vomita la nieve
y el cormorán que eleva sus ojos hechizados
en un edén de espumas y asfodelos
donde secretamente avanza el leviatán
hacia el fin de la noche, dios lejano,
hacia los grandes témpanos que han roído las olas
y la aurora boreal.

Reina de los callados pensamientos
entre los horizontes y las rocas de Príapo,
oh, blanca tumba mía, preferida entre todas.




   Una hierba


         Me siento para poder andar. Montón de hojas secas, las palabras esconden una hierba naciente. ¿La reina del mundo?

         Voy hacia ella, terco y feliz, como ese escarabajo que poco a poco encuentra su camino y su noche.