Desde la ventana
El mundo es
esta estación, casi invisible por la lluvia.
Hay, ente
las vías, un resto:
una naranja
brillante apoyada contra el riel.
El hombre
tiende la mesa
y cree
cambia en algo las cosas.
Cuadro de mujer
Cose la
mujer,
clava,
sobre la sábana blanca,
una aguja
de plata que saca después,
tensando.
Hay, a su
detrás, el patio.
Y todo
enrededor los silencios acabados de un atardecer azul.
Un cuadro europeo
para
Bielsa
El
sacerdote está echado sobre una silla de madera
-una luz
azulina cubre la sala.
El joven
discípulo
-sus ojos
son de un trazo definido, veraz-
pregunta:
Padre, el alma, ¿dónde es?
El
sacerdote, echado sobre una silla de madera,
apoyado
sobre uno de los brazos de la silla
que es
entonces sillón, dice:
Donde más duela, hijo.
“De la
historia argentina”
Había
lejos, un rumor de galopes
que sonaba
al oído como el bramar de una sudestada.
El
brigadier Juan Manuel de Rosas
y el
general José María Paz,
separados
apenas por una cañada profunda
que había
espantado a los caballos más valientes,
caminaban,
en el alto de la batalla,
disfrutando
de la fresca del anochecer.
Juan
Manuel, con un trapo húmedo,
se limpiaba
el polvo de la cara
y de cuando
en cuando
respiraba a
través del pañuelo,
como si el
perfume le recordara un acontecer más dichoso:
la visa
privada,
la pampa
infinita, desde el balcón de la estancia,
años atrás.
Un poema rosarino
Esa es la
mujer que me obsesiona.
En el
verano tomábamos cerveza
en el bar
de la avenida:
pasaba un
dedo –ella- por el borde del vaso
y hablaba
riéndose.
Ahora viste
una falda florida
y sandalias
de taco bajo.
Ahora viste
camisa blanca
y una
hebilla de nácar, sobresaliente.
Pero ya no
es la mujer que me obsesiona;
de hecho,
evité repetir la escena del vaso manoseado
en el bar
de la avenida.
Bella la
vi, como en mis sueños,
pero
recordé lo que aquellos me negaban:
la
conversación trivial,
su risa
estridente,
mi oído
cada vez más refinado.