Traicionar-lo
De aquel tierno esqueleto
aún conservo el sombrero
en el centro de la sábana
Ahí derraman vino
No hubo traición
digo
con el sombrero chorreando en mi espalda
Y trepo a la tumba
como al vientre del árbol
haciendo muecas
Cada palada de tierra
convoca nuestra risa
es decir mi risa y la del muerto
Siempre guardo algún terrón de azúcar
en la boca
para repartirlo en días de diluvio
En el aire
arrima
su zona sin vellos todavía
contra el aljibe
¡ah! ese sol en movimiento
sobre el agua
brilla
en la sombra inclinada
de la niña flaca
que arrima
su zona de apenas vellos
contra la hamaca
¡ah! ese mecerse
sobre los pastos
y de sol
su espalda
hasta el pupitre
¡ah! el almidonado delantal y
por la ventana mira
distraída en la voz
de los loritos verdes
que la retornan
Patios
había
tocado al luna
dentro del mosquitero
(padre también)
Porque tuve demasiada sed
él fue hasta el aljibe
La música el agua
-nos
despertó
y estaba en el balde
-nos
ocultamos
detrás de las sábanas
hondamente y
blancas
-zigzagueaban
en los alambres
nuestra
piernas
Horas
Esa niña flaca, decimal con su flor
roja al ladito del borde: mira claramente al que
levanta la pala
un pie va a hundirse –con la pala- en el montón de barro.
Es la hora del entierro y la flor
por arte
de magia será libro.
La niña -que no sabe-
lee “sobre el dolor inmensurable
los nietos no nacidos”.
Nos
distraemos por el sonido de un saxo
que
comienza a trepar –metálico-
hacia atrás
y salen más niñitas de los ranchos.
Es la hora
del pedido:
ejendú ché,
omé é ché un pedacito de pan
-golpean,
esos niños, sin padres
-otra vez,
piden pan
-¿no les
dan?
Ordenemos
la historia ¿Evita había muerte?
¿Perón ha
caído? ¿Su estatua destruída en
la placita
Sarmiento? ¿Yo tenía el sarampión?
¿Cantaba
Ramona Galarza? ¿Tu perro aquella
noche era un lobizón? ¡Oh!, sí tal vez tu perro
aquella
noche, era. Lame la sal del cuerpo y
las tan
estrellas caen, por mí.
El lobizón
desvanece de cercanía. Apenas
alcanzamos
los breteles. Maldito gallo, que se
calle. Y
que nadie sepa nunca.
Otra hora:
tu siesta, los mosquiteros hacen
marcas
hexagonales sobre mi morena
piel más
vieja que el sulki
verás la
polvareda y en ella el surco
¿dónde aún
me harás caer?
(la
longitud del muro hace a la partida de los perros)
Recordemos:
la niñita –la de la flor roja-
detenida
como en un recital infinito y el saxo:
único
movimiento acompañado por el taburete
donde una
madre oye
-‘quién no
ha leído Nietzsche a los 17 años?
dirá él,
ágil sus dedos arman cigarrillos
sus ojos
alucinan patios y potras.
Dirá, es la
hora de jugar: será Yocasta
y juegan al
día más perfecto de la historia.
Guardan
azúcares aceites en el jarrón de lo indecible
juegan a
encontrar los fierros del jarrón y a sacar al muerto
de su
torpeza: su obstinación de muerto.
Arrancan
flores hasta la niña decimal
jadean:
ningún
patio es completo
ni siquiera
el de la madre.
Recordemos: al saxo, las horas,
la niña que
dice es la hora
y vuelve a
leer.
Cerrado
Alcanzan
las manos ese género
y lo vemos –nosotras-
rodar
(sentadas sobre el mostrador
las
piernitas flacas golpean
su madera y
creemos que habrá
siempre
así) hasta que se detiene.
Tienda y
tela llenas de flores.
Disfruta de
su espesor
y mide.
Con la
memoria
cubre
de vestido
otro
cuerpo.
Alcanza
para ello.
Se ve
porque
tranca la puerta.