domingo, 26 de agosto de 2012

Joaquín Giannuzzi



  Amy Lowell


Hace 40 años que Amy Lowwell está muerta en los Estados Unidos.
Sin embargo, uno de los poemas que escribió
refiere las cosas que abandonó en el sol
mientras ella persiste en la costumbre del sepulcro
y los días siguen entrando en su habitación.
Ahora no podemos sino imaginar sus huesos finos de mujer
delicadamente amontonados en un trozo de sombra.
Las cosas que amó, que poblaron su historia personal
hecha de uvas, vestidos, collares, libros, muñecas,
se alejan dispersas y se integran profundamente
con nuevas cosas que ella no pudo conocer.
Nos hubiera gustado, a pesar de todo,
provocar el encuentro que hizo visible el desafío de su poesía.
reunir otra vez la lejanía de aquella dulce materia
y situar en medio de los objetos recuperados
los blancos huesos devueltos al conocimiento.
Que todo esto resulte claro para nuestra locura
y una prueba para nuestro desorden sin fe:
mientras miramos desde el jardín, esperando
que algo suceda en la habitación soledad de Amy Lowell,
mientras el mundo presente se hace remoto
y asiste ruidosamente al desencuentro de sí mismo.



    Informe policial


La escena se ha enfriado bajo un pesado desorden.
Hay un olor de flores descompuestas,
de cosas hace mucho paralizadas. ¿Tenía
algún enemigo resulto allá afuera? ¿Una falla,
un coágulo en el pasado? En cada objeto
que perturbó la ráfaga del escándalo
hay una especie de venganza inmóvil,
una avaricia que no entrega su testimonio.
Aplastado a la alfombra, mortecino
y seco, el reguero de sangre,
sordomudo y aislando una verdad, expone una cuerda rota
en el drama de las relaciones humanas.
La mente profesional desanda el tiempo
y la estructura de los hechos
porque estas cosas ya habían sucedido:
Así que nadie oyó cuando la pistola
simplificó la contradicción y decidió el asunto.
Si queda alguna pregunta, un rastro digital
técnicamente apto, por ejemplo,
un texto escrito en el tejido oscuro, una muesca reciente
en superficies que se han vuelto ambiguas
los molerá la lógica hasta filtrar el pus.
Por ahora se apagan las luces
para que el muerto cierre sus perforaciones,
bulto ciego girado sobre el secreto.
Afuera el aire es clamoroso; en el sol de los días que siguen
una culpa sólidamente encarnada
circula de azul vestida,
estrecha manos y no huele a nada en especial.



     El desconocido


¿Cómo llegó hasta aquí ese desconocido
saltando sobre el funeral?
No puedo recibirlo con estos harapos
y entre paredes que se desmoronan
porque su apuesta fue otra.
Este crujido estacional en mis articulaciones,
la escarcha sangrienta en el vidrio, la crisis
de todos los silogismos y discursos
y estas monstruosas contradicciones que despedazan la realidad
no entraron en sus visiones.
Tenía veinte años el diseño del mundo en su cabeza
cuando un disparo en la noche
cortó el hilo de la poesías
en algún sitio del nervio principal.
Su viaje hasta aquí fue la intención
de una verdad inútil. Lo empujo hacia fuera
hacia un territorio ignorado donde todo es posible:
Porque aquí no coincide conmigo;
porque padezco odio y deshonor;
porque la época introdujo en mi cuarto
más muertos de los que puedo soportar o merecer.



         El puesto del gato en el cosmos


Uno siempre se equivoca cuando habla del gato.
Se le ocurre por ejemplo que junto a la ventana
el gato se ha planteado en el fono de los ojos
un posible fracaso en la noche cercana.
Pero el gato no tiene un porvenir que lo limite.
A uno se le ocurre que medita, espera o mira algo
y el gato ni siquiera siente al gato que hay en él.
¿Cómo admitir detrás del movimiento de la cola,
una motivación, un juicio o un conocimiento?
El gato es un acto gratuito del gato.
El que aventure una definición debería
proponer sucesivas negaciones al engaño del gato.
Porque el gato, por lo menos el gato de la casa,
particular, privado e individuo hasta las uñas,
comprometido como está
al vicio de nuestro pensamiento
ni siquiera es un gato, estrictamente hablando.



      La gallina


Mi ventana se abría hacia el jardín
como a una fresca prehistoria. Estaba allí
gallarda señora, de moteada pluma nerviosa
abultando el pecho hacia el sol, como un posible
lenguaje orgulloso: una gracia personal en un carácter,
paseando la certeza de la especie, picoteando
semillas, cáscaras, gusanos, regida
por la orientación instantánea de sus ojos.
Y de pronto una ráfaga fría paralizó
en un rápido pánico su ardiente cabeza:
y la noción del cambio
de un oscuro dolor en su aterrado cerebro.
Entonces le transferí
los deseos de un universo estable
lo bastante iluminado para seguir comiendo:
un ritmo puntal que desmintiera
mi humillada respiración detrás del vidrio,
el triste conocimiento de la pérdida.



      Epigrama


La mosca se ha posado en el borde del plato
para lavarse las manos a orillas de mi sopa dorada.
En circunstancias como éstas
lo mejor es disponer de una conciencia neutra.
Después se frota las manos con íntima complacencia
y tras una desaparición instantánea
abandona un puntito oscuro en la loza blanca.
El mundo está en orden en las inmediaciones.
Cada cosa persiste en su convicción. Da modo
que la mosca no ha sido enjuiciada. Y en mi asco
cabe todo su posible paraíso.