Niño
aún. Y aparece la Aurora y vos estás dormido, mirándote los rosados dedos: vos,
pequeño primitivo al borde de la locura
...tus papis
encostrados en el delirio vibratorio de unos huesos. Y era...no, estoy hablando
macanas: no era la música lo que deseaban; no era la danza lo que bailaban; no
era el sexo lo que sexuaban; no; no era para ellos sino la vida un sacudimiento
en la alteridad: un consentir una palabra vacía que los contuviera y los
colmara... y en ese sentido (contenidos como una burbuja) se rieron hasta
reventar....
Mis
padres, al fin, querrán desviar mis tendencias, aplacar mis ánimos, torcer mi
célebre curiosidad por las cosas de los otros niños --- esa niñita con su mano
izquierda pintada y perfumada sólo para saludar a unos mezquinos pasantes...
Ese niñito que disuelve en series de temperaturas cada vez más frías su célibe
hidrofilia justiciera ante otro testigo padre de su enarcado sueño... Los hijos
que en besos tuve, retuve: la horda de los pequeños famosos por la potencia
arrogante de su “poesía” --- eres tú: tapiz miniatura del brevísimo instante
con que se multiplica la memoria voladora ---: la frenética abstracción de la
belleza que cruje en la distancia, en lo alarmado: Anita preguntando: “Cuando
yo me duerma, ¿qué vas a soñar vos, papá?” Y Fermín, el pequeño jactante: “El
Jardín Japonés se llama así porque jardín, donde hay plantas y japonés, donde
hay peces.”
¿dónde
están los vínculos, los ácidos, los destello...? Supe que escribo algo que
nunca fue organizado, la tesis del histérico, que nunca fue vivido como
destino. La obra tentó más al Poeta que al Padre, que ya se nos acerca. La
agrícola manera de ceder en los intercambios de placer el erizado gesto de una
exánime huída. El adiós que cae y retumba en la tierra como una fruta
felizmente podrida. El envión que adentro de la voz nos va permitiendo ser
padres, hijos, juguetes comprados, venenos apartados bruscamente, colapsos
disimulados con los enemigos imprevistos. Esa soberanía en el sentido
(hablando, jugado y escrito como una locura, como una asedía del consejo de la
locura)...
Jaula de los tucanes
Todo
mezclado,
ley
de lo imperceptible.
todo
jaspeado en el espíritu
de
los mercaderes de la lana.
Afrontados
por la única pegajosa voz
de
los niños
La
voz
de
fuente ronca,
de
agua pastosa
como
mezcla de colores:
miel
de colores en sachets, ristritas
que
los niño y los animales
saborean.
¿Cómo
se podría transformar en inútil
la
eternidad de lo sabroso?
¿Cómo
con la luz de sueño esos
niños
y animales
aclararían
el exiguo paisaje
que
oscurece la cámara y la tarde
en
una somnolencia
indebida?
¿Y
no es como rozar el licio espinoso
la
mirada a los ojitos fulgurantes
de
ese severo tucán?
¿Y
esas huellas en el aire
ahí
donde miramos para que nadie mire,
ahí
donde nuestra mirada se transforma,
aclara,
en
una súbita esferilla?
¿Es
ese el punto que miran
los
niños vergonzosos?¿El hueco adonde caen
y
se refugian; la amoldante caverna
que
en la desesperación los rapta
del
tucaneo de lo real,
entre
ojos tutores y restallantes:
fijos?
No;
no son pájaros que van saltando
sobre
arena mojada
ni
los que juegan sobre las altas ramas
ni
gestos en la bruma de pescadores
ni
murmullos de niñas en cestas
sobre
almadías escarchadas...
No;
es
el tucaneo cuando no están las jaulas
ni
los tucanes;
cuando
atravieso desnudo esos umbrales de
universos
de lilas. Aquella sola certidumbre
es
un grito. su semejanza con la realidad
me
separa y me humilla
sosteniéndome
y acunándome como en el más
profundo,
el
más superficial de los juegos:
“...déjenme
creer que esto veo.”
ley
de la memoria de la mañana.
Entre
conocimiento adverso.
Amor
enrarecido. Se pregunta ¿dónde estoy?
Súbitos
ojos de mirar cejijunto.
...mañana
enigmática
acribillada
por tu voz.
Única
a mí.
Única
al golpeteo amarillo y naranja
contra
el iris negro y picante
Única
en la yerma luz.
(Aunque
en la radio que trasladan pasa la música y la voz)
¿Qué
nos falta
sino
un conocimiento
de
lo discontinuo? ¿Qué imágenes
sino
como alabanza la efímera palabra
que
nos descuenta del universo sin que lo sepamos?
También
ella nos mezcla
con
lo primero imperceptible.
Quizás
como el omnipresente tucán.
O
acaso como las cabecitas silenciosas
del
rocío.
Una niña
Manera
de no comer,
y
mirar la comida.
Manera
de comer el pollo
y
ver en nosotros, comensales,
la
piel de gallina. Un duelo furioso
del
tenedor con los colores,
puntillos,
y
buscar,
lo
que de escandalosos tiene
el
silencio al escribir lo inexpresable
del
tedio en la comida.
Manera
de mirarnos
(sin
mirarnos, excepto su corazón,
que
no fingía) su razón: de ver a un asesino
al
buscar y buscar un color: “...siempre
comiendo
y charlando”.
-¿Y
vos qué haces?
-¡Nada!
Los miro comer.
Manera
de apartarse
y
hasta más allá de la línea de maternidad.
Y
hasta en la trampa rota de fingir hablar
por
hablar: para no atacar (definitivamente)
la
comida.
Manera
de contar ese chiste,
sin
las manos, sin la boca ocupada
y
sólo el chiste... Su forma rara
de
soportar que otros coman,
con
la manera de no poder reír
ni
comer (con el horro de mirar
a
los que comen...)
-Dos
viejos son- dijo.
sin
cortar
Oh,
mantente en la sospecha
Lector,
sin
dejar de mirar los oros fileteados
del
plato, los diente del tenedor,
la
mella del cuchillo, la hoja que contiene
el
mango.
“...y
poseer en vos sin sombra
el
mirar de una niña...”
Su
belleza, en la manera de esquivar
lo
más tedioso cotidiano:
en
las papilas cavernosas de lo crudo,
el
hilván de los cuerpos;
el
mío,
que
ella fingió cortar para Amor;
el
tuyo,
que
ella se llevará cuando parpadees.
Y
la palabra que no dice dulce querer
comer
ni
el pollo endurecido de oro en la quimera
Su
desdén de oscuridad y vitriolo
colmado
de manos fofas que alzan dagas y ensartan cuchillos.
Pero
quienes amaron antes (ella con gnomos,
en
un plato...) no comerán
después:
ausencia sin amor en la presencia
aterrará
el
mezclar:
-O
si estoy seria, muy pálida,
dirijo
a gusto mi palidez;
me
pongo blanca
como
por sucesivos harinas
no
un pescado:
un
pez.
-Pero
comé algo. No probaste
bocado...