Canción del albañil
Eres
dichoso, albañil;
puedes
blanquear tu sombra en las paredes,
tocarle
las mejillas
con
polvos de albayalde,
maquillarla
en la luz,
sobre
el andamio.
Pero
que no la pierdas encalada,
que
bajo la cuchara
no
te la olvides, luego,
tapiada
y agrietándose,
vieja
y descascarada,
a
la espera del alba
y
el añil de tus manos.
Un
día, cuando mueras,
en
cuántas casas se darán, de pronto,
con
que una sombra más
vive
en los muros;
y
no habrá nadie
para
alisarle las arrugas,
para
cambiarle sábanas
y
encenderle la cara
con
un toque de cal.
A un álamo en otoño
Único
álamo de oro,
primogénito
del otoño.
Entre
la doble hilera de intacto verdor,
es
a ti a quien saludo.
Ellos
tienen en sí rumor de brizna,
temblor
de vientre virgen
y
brillan como una lágrima
bajo
la luz fría del amanecer;
en
cambio tú,
columna
de humo yerto
bajo
la cruz del sur,
estremeces
mi alma de y tanto aire fugaz.
Qué
sabrías de mí,
y
qué de ti mi corazón,
nervadura
nostálgica;
ya
los primeros pájaros
irrumpieron
al verde,
y
exhalas el más triste viento.
El espejo
Irina,
no hagas caso de tu lloroso padre;
búrlate
cuando diga que hurta el bisel
la imagen y
la devuelve vieja,
que
la separa del rostro, de la piel,
con sus manos,
y
ha enturbiado la faz de rientes ojos
que ardían en la luz,
grandes
y claros.
Niégale
que desde lo profundo de esos cofres,
de
esos desvanes de la luna suben,
las corrosivas aguas;
tápate
los oídos a sus fábulas, a sus
leyendas y dile
que
jamás han brotado del azogue
los surcos en la cara.
No
des pábulo a historias no hagas
como él y alienta
en
los espejos boca a boca, hija mía;
infúndele
a tu imagen el soplo de la vida,
y
déjala a tu imagen el soplo de la vida,
y
déjala en el mundo cuando tus ojos
viajen dormidos
a
ser la luz que al fondo del cristal,
se triza.
No es rocío del alba
Cuándo
le saldrá la patita a la abuela
-preguntaba-
y
no es rocío lo que tiembla en estas
flores,
sino lágrimas,
porque
anduvo la vida de un pie, sobre un zapato,
y
le sobrada el otro
del
par, en los cajones.
No
es rocío del alba sino en la voz un ruego,
porque
dije que pronto, pero la abuela ha muerto,
y
al irse le dejamos las muletas
por
si no la esperaba su otro pie detrás del muro de cal negra.
Cuándo
habrá de salirle, y no es el fuego,
es
la ceniza que arde en la cal viva
de
esos muros donde no se oye el roce
de
la luz, en los ojos,
donde
todas las bocas
se
han puesto a juntar agua, porque no echa raíces lo que riega la sangre.
No
es rocío del alba sino lágrimas,
sal
de la vida
que
ha disuelto el agua.
Desde bajo las aguas
Escribes
con la mano que busca dónde asirse
desde
bajo las aguas
antes de ser agua
que se
empoza en las nubes.
Sufres
la sed que sólo
apaga
el fuego.
Oyes
unos muslos
el
canto
de
los peces, y desde tu tabaco aúlla un perro
de humo a la muerte!