domingo, 26 de agosto de 2012

Walter Adet



     Canción del albañil


Eres dichoso, albañil;
puedes blanquear tu sombra en las paredes,
tocarle las mejillas
con polvos de albayalde,
maquillarla en la luz,
sobre el andamio.

Pero que no la pierdas encalada,
que bajo la cuchara
no te la olvides, luego,
tapiada y agrietándose,
vieja y descascarada,
a la espera del alba
y el añil de tus manos.

Un día, cuando mueras,
en cuántas casas se darán, de pronto,
con que una sombra más
vive en los muros;
y no habrá nadie
para alisarle las arrugas,
para cambiarle sábanas
y encenderle la cara
con un toque de cal.



    A un álamo en otoño


Único álamo de oro,
primogénito del otoño.

Entre la doble hilera de intacto verdor,
es a ti a quien saludo.
Ellos tienen en sí rumor de brizna,
temblor de vientre virgen
y brillan como una lágrima
bajo la luz fría del amanecer;
en cambio tú,
columna de humo yerto
bajo la cruz del sur,
estremeces mi alma de y tanto aire fugaz.

Qué sabrías de mí,
y qué de ti mi corazón,
nervadura nostálgica;
ya los primeros pájaros
irrumpieron al verde,
y exhalas el más triste viento.




       El espejo



Irina, no hagas caso de tu lloroso padre;
búrlate cuando diga que hurta el bisel
la imagen y la devuelve vieja,
que la separa del rostro, de la piel,
                   con sus manos,
y ha enturbiado la faz de rientes ojos
                   que ardían en la luz,
grandes y claros.

Niégale que desde lo profundo de esos cofres,
de esos desvanes de la luna suben,
                   las corrosivas aguas;
tápate los oídos a sus fábulas, a sus
                   leyendas y dile
que jamás han brotado del azogue
                   los surcos en la cara.

No des pábulo a historias no hagas
                   como él  y alienta
en los espejos boca a boca, hija mía;
infúndele a tu imagen el soplo de la vida,
y déjala a tu imagen el soplo de la vida,
y déjala en el mundo cuando tus ojos
                   viajen dormidos
a ser la luz que al fondo del cristal,  
                            se triza.




     No es rocío del alba
        

Cuándo le saldrá la patita a la abuela
-preguntaba-
y no es rocío lo que tiembla en estas
flores, sino lágrimas,
porque anduvo la vida de un pie, sobre un zapato,
y le sobrada el otro
del par, en los cajones.

No es rocío del alba sino en la voz un ruego,
porque dije que pronto, pero la abuela ha muerto,
y al irse le dejamos las muletas
por si no la esperaba su otro pie detrás del muro de cal negra.

Cuándo habrá de salirle, y no es el fuego,
es la ceniza que arde en la cal viva
de esos muros donde no se oye el roce
de la luz, en los ojos,
donde todas las bocas
se han puesto a juntar agua, porque no echa raíces lo que riega la sangre.
No es rocío del alba sino lágrimas,
sal de la vida
que ha disuelto el agua.





       Desde bajo las aguas



Escribes con la mano que busca dónde asirse
desde bajo las aguas
                            antes de ser agua que se
                            empoza en las nubes.

Sufres la sed que sólo
apaga el fuego.

Oyes unos muslos
el canto
de los peces, y desde tu tabaco aúlla un perro
                            de humo a la muerte!