Delante
de mí, una carrera de búfalos en estampida. La polvareda tenaz.
Dentro
de mí, búfalos asesinos que andan sueltos.
Es
el rigor de la contienda ante los cielos limpios.
Detrás
de mí, enloquecidos búfalos guiados por un niño intratable.
Fuera
de mí, una gran Asamblea de búfalos suicidas,
que
han decidido atropellarlo todo.
Hasta
derribar las paredes del ocaso.
Más
allá de mí, ¿qué puede haber más allá de mí que un cementerio de búfalos,
y
yo corriendo como ellos contra la muerte?
Me
gusta la Noche. La reconozco desde siempre.
Durante
la noche se funden las pasiones con las promesas y renacen los
misterios.
Durante
la noche se aturden las voces de los manicomios y los locos se aman
en los pasillos.
No
me gusta la Noche. Odio la Noche.
Durante
la noche se da tormento en enterradas cárceles.
Recrudece
el dolor en la sala de los moribundos.
Se
queman bibliotecas. Se estudia el turbio líquido de la desesperación
No
me gusta la Noche. Sus ojos son leprosos.
Deben
suplicar para vivir. Vivir para suplicar.
Ahí
van todos los demonios para hacer sus ritos.
Sí,
me gusta la Noche. Allí se pierde toda tranquilidad.
Empieza
el peligro, realmente.
Empiezan
los grandes males, los desperdicios de los sótanos, los forajidos de
un galpón cualquiera que corroen todo
ánimo de vivir.
Es
un canto la Noche. El laboratorio perfecto.
Durante
la noche se fragua la venganza.
Alfonso
el albañil; el carpintero borracho; y el ciruja tuerto, amaron la noche.
La
loca del barrio, la turca teñidora de trapos, la cocinera de la fonda, la
patrona de la fundación, la difunta
Correa,
también
la sintieron inolvidable.
Pero
durante la noche, ¿qué importancia puede tener mi discurso?
Las
tabernas lucen más espléndidas y las mujeres se pintarrajean con rabia.
Y
alguien perdió allí sus ojos de fiera volcánica.
No
me gusta la Noche. Porque toda la basura tiene su franja festiva.
Me
seduce la Noche. Me gusta la Noche.
Es
una película maravillosa.
Desde
kilómetros huele su sagrada peste.
Los
países que no tienen noche, son pesadillas terribles.
De la inocencia aflora el atractivo
paisaje de la perdición
Cuando
me señala con el dedo la Demencia,
les
muestro las Sagradas Escrituras,
o
el Das Capital de un demonio incorregible,
donde
tornárame cruel, burlón,
más
cerca de la maldad que de la desconsolada niñas de la noche.
Traspasado
por los blancos muros de la locura,
acaso
por el dedo de la Adversidad, señala sus olvidados fantasmas...
Porque
así lo hubiera dicho las Actas Procesales.
Cuando
de la inocencia aflora el atractivo paisaje de la perdición,
el
amor cae fulminado por una espada misterios.
Cuando
me señalan con el dedo de la Cordura,
les
hago ver que soy el niño bobo del lugar que se juega a ser santo.
Pero
entonces ya no sé –realmente no sé-,
porque
es como arrastrar el cadáver del universo.
O
de alguna manera, los caballo muertos del porvenir.
Bajo los cielos de Alice Springs
Yo
tengo ahora los recuerdos de tus reflejos
de
Alice Springs, como oigo los cantos de los ángeles
y
adivino tus movimientos en el espejo.
Yo
veo que salen de tus ojos peces luminosos
como
ráfagas y turbias son las lágrimas de la vieja
canción,
como lejos Alice Springs.
Y
sin embargo, me quedo gritando en esta antigua feria
de
las costumbres llena de flores rojas,
ocultando
el sentido de nuestras almas.
Yo
que he entrado en la locura de los discursos
peligrosos
y el medio me penetra y soy capaz
de
llorar cuando veo salen peces luminosos
de
tus ojos, como piedras traídas del sol.
Yo
tengo ahora la memoria y sacudo las razones
como a mis viejos calcetines; porque apareces en
mí
como
esas aguas eternas de la región de los imposibles.
Me
arrodillo ante ti y espero a que recibas
mi
enfermedad, como a una joya violenta; y ruego ante ti,
con
esta enfermedad de sueños perdidos.
De
mis visiones salen criaturas rabiosas,
que
desembocan en extraños gritos de ángeles borrachos
y
melancólicos.
Yo
tengo el recuerdo, mientras tu adiós ha sido
más
rápido que un avión de la Pacific Air Lines
sobrevolando
mis ruinas. Los recuerdos, mi querida,
están
atravesados en los nocturnos ojos
de
los que nos hemos puesto definitivamente a soñar.
Yo,
apenas si he abierto las puertas de tu paraíso.
El baile de Hinda”
Ven a mi
casa; ansía tu presencia
un círculo
de amigos escogido.
Ibn-Áammar,
siglo XI.
Por
culpa de Hinda se precipitaron las tribus beduinas al desierto.
Y
más de uno bebió hasta enloquecer.
Por
culpa de Hinda, plantaciones terribles ocuparon mis sueños,
como
una selva enmarañada de raros perfumes,
y
un harén perdido bailó la noche entera en mi memoria.
Por
culpa de Hinda se perdieron imperios radiantes como el sol,
como
fogatas del recuerdo que arden en la noche,
y
grandes tesoros fueron arrojados al mar.
Por
culpa de su boca naufragaron príncipes y sultanes,
y
fueron arrasadas civilizaciones enteras.
Por
culpa de Hinda se degollaron inocentes;
mientras
sacudía en sus pechos y caderas, brillantes monedas de plata,
como
lentejuelas mojadas por el rocío.
Por
culpa de Hinda, se embriagaron los bárbaros y los santos.
Por
sus ojos los peces flotaron en los océanos
y
los barcos encontraron el fondo del mar...
Viajero:
éstas que aquí ves, son las cenizas de Hinda.